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  • Foto del escritorIsmael Villa Navarro

Íncipit


Hay una vez, hubo veces y habrá aún más, en las que un chico llamado Sophía aprendió, y así como aprendió desaprendió todo, y en medio de todo eso aprendió como no había aprendido absolutamente nada, y se sintió fatal, y se odió por llamarse Sophía y no saber nada, pero como no sabía nada no supo decir que se odiaba, ni siquiera supo decir que era el odio o si sentía. Siquiera supo algo y por eso le pasó lo que les pasaría a tantos otros como él.

Su historia comenzó como muchas otras, con su nacimiento. El siempre supo que su madre era Filosofía y sabía que, naturalmente, tenía un padre, y sabía que su padre era Hombre, pero él nunca supo que Hombre era. Así mismo, su madre, pese haberle dado conocimientos nunca quiso decirle todas las verdades y es que ella era conocida en muchos lados: Ella era Filosofía y a Filosofía la habían usado muchos Hombres, fueron épocas buenas según ella y se sentía feliz, sobre todo cuando llegó su producto, llegó la sabiduría: llego Sophía. Sin embargo, un día a Filosofía la dejó de usar Hombre y así fue como Sophía se quedó con un padre que no conocía, y al no conocerlo fue cuando por primera vez Sophía supo que no sabía algo y el pánico llegó recurrentemente, y con él llegó el conocimiento de lo que era malo y de lo que era la desesperación, y se sintió feliz drogándose con eso.

Cuando Sophía nació, Filosofía sintió el éxtasis florecer desde lo más profundo de su intimidad, y sonrió al verla, y se agobió al sentirse expuesta porque de forma irremediable se dio cuenta que Sophía no había nacido por sí sola, y supo que para que su fruto viera luz participó Hombre, y se agobió porque Hombre era sinónimo de plural, y se agobió porque Hombre era antónimo de soledad, pero se alegró más porque, pese a todo, Hombre era antónimo de muerte y sinónimo de existencia.

Cuando nació Sophía a Filosofía no le costaba trabajo cuidar de él porque Hombre era muy meticuloso. Hombre dedicaba su vida entera a cuidar de Sophía, lo plasmaba en papiro, en piedra, en sus pensamientos, lo cubría con sedas de adulación y le sonreía a diario, pero, un día, a Sophía le tocó el destino de su madre, Filosofía. Tuvo que ir con Hombre y éste, llenándolo de joyas de halago lo compartió. Sophía fue de Hombre, sinónimo de plural.

Sophía sabía que estar con Hombre, plural, era bueno, y se sonrió para sus adentros mientras Hombre se hacía sinónimo de existencia.

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